Apesta que un presidente, que se dice representa a todo el país, represente sólo a la parcialidad más denigrante que compone a este: el matonerismo de barrio bajo, el vulgo abyecto, el gamonalismo prepotente. Apesta, que un presidente en lugar de buscar resolver un conflicto, lo agrave confrontando y desafiando a cometer homicidio en su contra, poniéndose en peligro, insultando el valor de las personas allí reunidas, liquidando la ya endeble imagen del país, y la suya propia, siendo vejado por la turba que hace lo que el mismo presidente les ha permitido hacer durante cuatro años: golpear, gasear, patear, violentar.
Apesta, que luego el presidente, allí sí, de un golpe de Estado, secuestrando las transmisiones de los medios, imponiendo su versión de los hechos evidente y groseramente manipulada y violente así el legítimo derecho a informarse que todos los ciudadanos debemos ejercer. Apesta que el auto-proclamado "secuestrado", despache desde su refugio, reciba visitas ministeriales, se comunique sin dificultad local e internacionalmente, de entrevistas, ordene el secuestro de medios, expida un decreto de estado de excepción, y por último, organice y apruebe un sanguinario asalto al hospital donde se refugia para ser "rescatado" en forma teatral, pero ofreciendo a los espectadores la macabra escena de cadáveres de ciudadanos. Apesta.
Apesta que el derecho a la libre expresión sea pisoteado impunemente, y que la "comunidad internacional" brille por su sesgo a la hora de juzgar hechos y evidencias, que condene un supuesto golpe en Honduras (¿se considera un golpe de Estado el hacer cumplir preceptos constitucionales que limitan al gobierno pero garantizan derechos a los ciudadanos?) pero haga vista gorda de los golpes de estado que el país vive desde el 2007. Sí, la "comunidad internacional" también apesta, apesta a petrodólares de Chávez, a sobornos recibidos por la burocracia multinacional; apesta a ignorancia o incompetencia, y probablemente a ambas cosas.
Apesta el país, apesta el lamebotismo indigno del ignorante común que aprueba a unos u otros actores de este espantoso teatro. Apestan las excusas con que el poder de turno (pero que busca eternizarse) justifica todos los atropellos propios, apesta que haya gente que le siga el juego al director de esta orquesta de desatinos, apesta que la vida de una persona no signifique nada sino apenas un minuto de silencio y un jolgorio vulgar en la Plaza Grande entre las hienas que corean el machismo del déspota de Carondelet.
El país apesta, y parece que todos nos hemos quedado sin nariz.